La percepción pública del diseño gráfico es a menudo reducida a gustos y preferencias personales, ignorando la formación, experiencia y análisis que respaldan cada decisión profesional. Al igual que en otras profesiones, la crítica al diseño debería estar fundamentada en el conocimiento, no en la nostalgia o el sentimentalismo.
En el mundo del diseño, los profesionales se enfrentan a un desafío constante: la valoración y reconocimiento de su trabajo por parte del público general. Este es un tema que afecta no solo a diseñadores individuales, sino también a los estudios que dedican horas, recursos y un profundo conocimiento para crear proyectos que muchas veces son recibidos con un simple «me gusta» o «no me gusta».
Tomemos como ejemplo el reciente caso del escudo del Atlético de Madrid. Este cambio, que fue revertido debido a la presión popular, ilustra perfectamente un problema recurrente: la falta de confianza en los profesionales del diseño. Los diseñadores que trabajaron en la actualización del escudo no lo hicieron a la ligera; realizaron estudios de marca, análisis de tendencias y consideraron la identidad del club. Sin embargo, su trabajo fue desechado porque algunos aficionados expresaron su desacuerdo con frases como «esto es una mierda», «me gusta más el anterior» o «mi escudo no se toca».
Comparativa entre el escudo actual y el escudo anterior del Atlético de Madrid. La actualización del diseño generó controversia entre los aficionados, quienes finalmente llevaron al club a revertir el cambio, subrayando la tensión entre la nostalgia y la innovación en la identidad visual de la marca.
Pensemos en cómo actuamos cuando un médico nos da un diagnóstico. No solemos cuestionar su criterio, sino que confiamos en su formación y experiencia, y seguimos sus indicaciones sin rechistar. ¿Por qué, entonces, es tan diferente cuando se trata del trabajo de un diseñador? Los profesionales del diseño también cuentan con años de formación, experiencia, y un conocimiento profundo de su campo, pero su trabajo es a menudo descartado sin una evaluación seria.
Es necesario reivindicar que estos comentarios, aunque válidos en un contexto emocional, no pueden tener el mismo peso que la valoración de un profesional. Un diseñador no solo aporta una opinión estética, sino que respalda sus decisiones con conocimiento técnico, estudios de mercado, y una visión estratégica que busca proyectar una marca hacia el futuro. Descalificar este trabajo sin más argumento que la nostalgia o la preferencia personal es un desprecio a la profesión y al esfuerzo que conlleva cada proyecto. El diseño es una disciplina que, al igual que otras profesiones, requiere de años de estudio, experiencia y práctica. Los profesionales del diseño no solo crean algo bonito; ellos entienden cómo transmitir mensajes, cómo captar la esencia de una marca y cómo adaptarla a las nuevas realidades sin perder su identidad. Deberíamos empezar a darles el valor que merecen, confiando en que sus decisiones no se toman a la ligera.
La próxima vez que se presente un cambio en el diseño de un producto, un logo, o incluso un espacio público, deberíamos preguntarnos si estamos evaluando el trabajo desde un punto de vista informado o si simplemente nos dejamos llevar por el sentimentalismo. La crítica es válida y necesaria, pero debe hacerse desde el conocimiento y el respeto por la profesión.
En resumen, es hora de que empecemos a valorar el trabajo de los diseñadores y los estudios de diseño como se merece. No todas las opiniones son iguales; la formación y la experiencia deben pesar más que las simples preferencias personales. Solo así podremos avanzar hacia una cultura donde el diseño, en todas sus formas, reciba el reconocimiento que verdaderamente merece.
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